Cómo fenómeno etiquetado, nació en una época decadente, hacia mediados del XIX en la Francia del segundo imperio (otros dicen que fue Brummel durante el regentorio británico el que lo instauró sin quererlo, incorporando el pantalón largo a la moda, pero ironías de la historia fueron los sans-culotte de la revolución francesa quienes prolongaron las perneras como contrapunto al Antiguo Regimen), no obstante al igual que la paz se anhela durante los tiempos beligerantes, la estética como remedo de la ética se busca más en los tiempos convulsos y huérfanos de principios (Baudeleaire, artífice del decadentismo, incluso escribió un ensayo titulado “El dandi); Dandin fue un personaje nacido de la pluma de Moliere, de ahí dandismo, un personaje fatuo y superficial, afectado por las maneras en un resabio de emulación aristocrático que le convertía en patético y digno de lástima. Fueron dandis célebres Lord Byron, Oscar Wilde, Marcel Proust, Paul Morand y Drieu La Rochelle
o Lasso de la Vega y tantos otros (incluso Francisco Umbral creo que llegó a reivindicar tal categoría para su persona), pero curiosamente la moda, lo que entendemos por moda no nació hasta muchas décadas después de este movimiento no reivindicativo e individualista llamado dandismo (de la mano de Poiret o Doucet). Hoy en día el dandismo no es más que gilipollez, y queda revestido de una infatuación grave que vuelve a los fueros de Moliere, porque sólo prima la postura o impostura de un querer y no poder. Pero hubo un tiempo en que ser dandi supuso una reivindicación silenciosa de la moral y la libertad contra el dictado estético de las casas reales y viejas prosapias aristocráticas que ocupaban los principales salones europeos, ser dandi, asimismo suponía esa envoltura de exquisitez que muchos literatos e intelectuales querían prestar a su personaje, porque el dandismo era ya una actitud-máscara hacia el mundo y hacia la muerte (algunos precursores del dandismo, como Larra incluso dieron un broche fatal de pólvora a su existencia); y por otro lado, fue el último recurso de aristócratas de viejo cuño que sólo podían asirse al madero de su título y de su distinguido porte para así multiplicar las posibilidades del braguetazo con alguna plebeya millonaria o a ser posible con alguna marquesa con posibles.
Boni de Castellane fue el paradigma de ese impostado dandismo (es decir, snobismo) que Proust analiza en su Recherche; el bueno de Boni (de Bonifacio) se casó con un multimillonaria americana, Anna Gould, dilapidando su fortuna en un derroche fantasioso y extremo; construyó con el dinero de su esposa, en plena Belle Epoque, un palacio revestido de mármoles, estucos, jaspes y rococós que recordaban a Versalles. Era el palacio Rosa, al que añadió un Trianon en plena avenue del Bois. Compró obras maestras de la pintura, tapices de Gobelinos, muebles históricos, mesas procedentes de los palacios de los zares, porcelanas italianas, relojes, vajillas de plata y oro; con el mobiliario a punto entró en un frenesí de fiestas y recepciones de una suntuosidad pareja a la del Rey Sol; con motivo de los veintiún años de su mujer alquiló el recinto del tiro al Pichón de Versalles e hizo levantar junto al estanque un escenario de cien metros de largo y veinte de altura: trajo una orquesta de doscientos músicos y ochenta bailarinas del ballet de la Opera; el número de invitados fue de tres mil. Como ya he dicho, Marcel Proust tomó prestado su perfil para transponerlo en su personaje Príncipe Charlus, paradigma del snobismo; pero este snobismo rompe la estructura individualista del dandismo por ese inconcebible fasto y derroche cuyo ánimo, que es el de impresionar y epatar a toda una sociedad agarrada a lo material, decae en mero ciclorama teatrero, cuya égida se salvaguarda en las relaciones sociales; por tanto, aquí tenemos a un snob (como tantos existen en nuestra sociedad actual, algunos de recio abolengo y tiros largos…) que representa, a pesar de Proust lo peor de ese clasismo y endiosamiento de lo que fácilmente se extrae, que a pesar de tantos esfuerzos y tanta porcelana china el propósito de ese snob se queda en su antípoda, pues el corte de un dandi no debe medirse por la hechura de su traje, sino por la capacidad de ser elegante sin que el dinero suponga una condición.
CARACTERÍSTICAS DE UN DANDÍ
- El último resplandor de heroísmo en decadencia, escribió Baudelaire.
- Un relumbrón rebelde de lo singular. Una forma de protesta, bella aunque chocante. No quiere gustar, sino disgustar o sorprender o epatar. Resultar distinto.
- Una elegancia distinta. Usa la elegancia y al mismo tiempo la rompe. Esmera su vestuario, pero no solo admite, sino que precisa de disonancias. Corsarios de guante amarillo, que diría Balzac.
- No es solo ropa y adorno, sino ideología. Manera de vivir, de estar a la contra. Imagen pensante.
- El diablo con apariencia de hermoso adolescente, naturalmente melancólico.
- El cruce inextricable con el esplín, el hastío y la añoranza.
- Aquel al que el público general no le interesa: buscan el aplauso (que tomarán de manera diferente) de la minoría –a la que buscan escandalizar- y el desdén de la mayoría garrula –su enemigo mortal-.
- No quiere pertenecer a ninguna clase social –a la alta tampoco-, aspira a ser un desclasado, lo que le permitirá más libremente lucir su extraña rebeldía, que en ocasiones hasta parece ir contra la vida misma porque aún es más dandi la mera ambigüedad.
- Es inevitablemente un perdedor.
- La frialdad y la contención.
- La teatralidad. Escapar de la decepcionante realidad, estetizando la cotidianidad y convirtiendo la vida en una cuidada autopercepción.
- El dandismo es una distinción más metafísica que social, Barthes.
- Cultiva el detalle y la anécdota en detrimento de los grandes valores. Se aferra a un mundo perdido a través de pequeños gestos y detalles efímeros. Esta fugacidad lo convierte en un nuevo estoico.
- Un aristócrata individual.
- Fiel a sí mismo.
- Se le atribuyen todos los pecados, las perversidades y todos los desvíos imaginables, incluidos los sexuales.

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